lunes, 12 de abril de 2010

Por: Michael Negrete Cruz


PRIMERA PARTE



¿Puede imaginar su hogar sin inodoro al menos un día? ¿No, verdad? Y es que estamos tan habituados a este mueble que su existencia no es cuestionada por nadie y su indiscutible necesidad nos ha llevado, paradójicamente, a olvidar lo esencial que es para todos; tal vez ésta es la razón por la que durante mucho tiempo, tan útil aparato albergado en la sala de baño, ha quedado marginado a ser – junto con la habitación misma – un invento de segunda.

Afortunadamente las cosas han cambiado y cada día su importancia e interés va en aumento, por lo que si su inodoro cuenta con las últimas tendencias en diseño y tecnología, no será nada extraño que la próxima vez que tenga visita en casa, lo que más envidien de ella no sea el cuarto de estar, el comedor o la sala de juegos, sino su flamante y funcional inodoro con tecnología digital en una confortable y relajante sala de baño. Así con el afán de hacer justicia a este “sagrado” invento, hacemos un homenaje al también conocido como w.c., le diremos acerca de sus orígenes y evolución a través de los tiempos, y de cómo han transformado su vida, la mía y la de todos.


Entre más lejos, mejor.


Fue cosa de que los humanos nos volviéramos sedentarios para que de inmediato se buscara solución a disponer nuestros desechos lo más distante que se pudiese; así que alrededor del año 2500 A.C., en la India, se construyeron canales y complejos sistemas de drenaje alimentados por corrientes de agua que iban a parar al río más cercano o bien a una creación fundamental: las letrinas. También existen hallazgos que en Creta, al año 2000 A.C. tuvieron el antecedente del inodoro con cisterna alimentada por un canal que al jalar la palanca, accionaba una descarga de agua.

Este gran invento siguió propagándose en tiempo y espacio hasta que alcanzó su grado máximo de sofisticación en tiempos de los egipcios y griegos, quienes convirtieron a los baños en un lugar no sólo de aseo, sino de reunión y convite social; donde se congregaba lo mismo para tratar trivialidades, que para hacer presentaciones en sociedad, filosofar, discutir nuevas campañas bélicas o en busca de recreo. Se sabe que estos lugares gozaban de gran lujo y refinamiento y eran lo más cercano a los spas actuales, por ello concurría solo lo más selecto de la sociedad.


En el México precolombino es conocido mediante crónicas de los conquistadores, que los baños eran un elemento fundamental en la vida diaria y los desechos orgánicos se comerciaban como abono para las zonas chinamperas agrícolas de la gran Tenochtitlán dado su alto potencial como fertilizante. Aquí también el grado civilizado hizo coincidir que los baños fueran fastuosos; los más conocidos se ubicaron en los cerros de Chapultepec y el famoso “Peñón de los baños” – en la zona que ocupa el actual aeropuerto capitalino -, donde sus aguas termales eran apreciadas no sólo por tal efecto, si no que se les atribuían propiedades curativas. Moctezuma, el gobernante azteca, acudía diariamente, entre otras cosas, a bañarse a las prodigiosas aguas del “Cerro del Chapulín”.

En Europa, la llegada de la edad media y su gran oscurantismo nos llevó a un gran retroceso histórico, pues los inodoros y baños prácticamente desaparecieron y con ello se volvió al uso de bacinicas y condiciones de higiene deplorables que permanecieron vigentes hasta le término de esta época histórica; donde se recuerda que también los desechos corporales eran vendidos como abono, y aquellos provenientes de la nobleza se cotizaban a mejor precio debido a que estos guardaban mejor dieta que el habitante común, claro está...

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